martes, marzo 17, 2009

Alan Moore, un gótico en la corte de las viñetas

Pues no, no vamos a hablar de Watchmen (al menos únicamente). Confesamos que la películanos ha gustado bastante: por adulta en sus planteamientos y soluciones, porque Snyder aborda en serio y con respeto el cómic de Alan Moore, porque evita caer en los cliches de género (superheroico) que se han instalado en las adaptaciones cinematográficas de cómics y porque la película mantiene el más esencial de los rasgos constituyentes de la obra que adapta: su espíritu posmoderno y rupturista (en un momento, éste, en el que la posmodernidad empieza a parecer una virtud pretérita, todo sea dicho). Pero no, no vamos a hablar de Watchmen, la película, porque una vez más (y van..) Jordi Costa dijo de ella casi todo lo que había que decir hace dos semanas en su brillante reseña para El País, "El abismo bajo la máscara".
Pensarán, quizás con razón, que hecho el renuncio, este post suena a acercamiento aprovechado. Se lo explicamos. Sacudidos por la omnipresencia de la obra de Moore en pantallas, radios y monitores, nos hemos acordado de un (ya muy) viejo artículo que escribimos acerca del guionista inglés para el suplemento cultural Tribuna de Salamanca con motivo de otra adaptación, igualmente no querida por su padre putativo, la de V de Vendetta; película que también nos gustó, pero menos. Publicamos la reseña antes de ver la película porque, como ahora, la semblanza del escritor y su obra nos parecía más interesante que las polémicas adaptativas generadas a partir de ella. Avanza el post con cierto aire anecdótico, como observan. Va la reseña.
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Hace algo menos de un año nos dedicábamos en estas páginas a sobrevolar por encima de la obra de Frank Miller, con motivo de la adaptación al cine de su cómic Sin City. A tenor de nuestros antecedentes, algún lector se temerá un acercamiento similar a la figura de Alan Moore (en un arrebato de suspicacia maledicente perfectamente comprensible), con la excusa de la adaptación a la gran pantalla de su obra V de Vendetta. Sería éste un ejercicio de oportunismo reprochable, un quite en el que, no obstante, estamos dispuestos a caer con una superheroica vergüenza torera.
Lo reconocemos, es oportunismo y, además, alevoso: primero porque en “Culturas” nunca hemos necesitado excusas cinéfilas para hablar de un buen cómic de actualidad (y V de Vendetta lo es, si nos atenemos a la fantástica reedición que Planeta publicó en 2005), y, en segundo lugar, porque la presencia de Alan Moore, constante, prolífica, alargada, debiera haber atraído nuestra atención mucho antes. En fin, excusillas a la mar, despleguemos ahora nuestras letras y condensemos las ideas, porque es mucho lo que se puede decir del “genio” de Northampton.
Alan Moore, guionista, inglés de pura espiga de cebada (su padre trabajaba en una cervecera), ha estado rodeado siempre de cierto halo de misteriosa extravagancia bañada en fuentes góticas. Vive en paradero desconocido aislado del mundanal ruido isleño, en un estado de alergia constante a todo lo que suene a intromisión crítico-periodística; cultiva una imagen personal más propia de un druida celta que de un artista serio y reconocido, y nunca ha negado cierta filiación hacia la truculencia, el ocultismo y las experiencias paranormales. Las expectativas casi nunca se resuelven a la vista de evidencias superficiales y, aunque gran parte de la obra de Moore refleja tangencialmente estas peculiaridades vitales que hemos mencionado, lo cierto es que su papel en la evolución del cómic tiene más puntos en contacto con el citado Frank Miller de lo que podría deducirse por sus veleidades góticas.
Se celebra a Moore por haber renovado, junto a otros, el género de los superhéroes; por haberlo actualizado hacia un estadio adulto. Su obra clave en este sentido fue Watchmen (1986), cuya labor gráfica recayó en los lápices sobrios, casi pétreos, del también británico Dave Gibbons. Aunque Moore insista en dejar claras sus renuencias ante la que considera una obra imperfecta (¿la eterna insatisfación del creador?), a su revisitación del universo de los superhéroes en clave desmitificadora, se sumó a la onda expansiva de El señor de la noche, de Miller, para dinamitar las bases tradicionales de un género en declive.
En Watchmen, unos hombres y mujeres “normales”, superado el ecuador de sus vidas y desengañados con la sociedad que les rodea, se ven forzados por las circunstancias a retomar sus antiguas ocupaciones, se ven obligados a vestir nuevamente sus antiguos trajes de superhéroes; causa y consecuencia de su escepticismo vital. Lógicamente, no es lo mismo sentirse superhombre desde el jovial optimismo de un joven lleno de proyectos filantrópicos, que desde el nihilismo decadente de un madurito cascarrabias. No desvelamos más, si ansían emociones fuertes, les remitimos a las fuentes originales, sin falta. 
La reflexión, ¿por qué emplear superhéroes para hablar de temas trascendentales cuando puedo hacerlo sin ellos?, ha pasado por la cabeza de más de un dibujante y guionista al servicio de Marvel o DC, sin embargo, pocos se han atrevido a poner en práctica un exorcismo laboral para luchar contra sus demonios editoriales. Alan Moore lo hizo en 1988 cuando creo su propio sello editorial, Mad Love, en un órdago decidido contra el mainstream. A partir de ese instante, Moore da rienda suelta a su creatividad artística: ese mismo año comienza a guionizar la serie From Hell. Su revisión de las andanzas charcuteras de Jack the Ripper (conocido por estos lares como Jack “El Destripador”), llevó a Moore a firmar uno de esos cómics calificados por la crítica y los lectores con el membrete de “imprescindible”. La suma del talento gráfico de Eddie Campbell (con un dibujo a medio camino entre la litografía decimonónica y la fantasmagoría manierista) y el guión perfeccionista hasta la obsesión de Moore (apoyado por una labor de investigación ingente y un interés indisimulado por el dato documental), hicieron de From Hell una obra de referencia no sólo para los amantes de la ficción comicográfica, sino para todos aquellos que creyeron ver en ella las respuestas definitivas al número uno entre los crímenes en serie sin resolver.
Lamentablemente, en 2001, las luminarias del cinematógrafo decidieron comenzar con su acoso y derribo a la obra del guionista inglés, y eligieron a los hermanos Hughes para dar el primer martillazo gracias a la cuestionable adaptación de From Hell al cine.
No existe adaptación a la vista, gracias a Dios, para Un pequeño asesinato, la obra que Moore escribió en 1990 para el gran dibujante argentino Oscar Zárate; probablemente su obra más críptica, simbólica y onírica. Una historia que apoyada en los pinceles expresionistas de Zárate, discurre entre la irrealidad onírica de una pesadillas introspectiva y el cuento biográfico de terror contemporáneo (la Inglaterra posindustrial de la segunda mitad del siglo veinte) con trasfondo moral. Ajena a estas sutilezas, una vez más, la meca del cine vio un filón en The League of Extraordinary Gentlemen, el cómic que Moore había empezado a publicar en 1999. La adaptación cinematográfica fue perpetrada por Stephen Norrington (La liga de los hombres extraordinarios, en España) en 2003. El cómic de Moore, aún siendo muy superior a su equivalente “hollywoodiense”, y pese a los muchos halagos que ha concitado, resulta en nuestra opinión una obra inferior a las hasta aquí citadas. El estólido dibujo de Kevin O’Neill y sus aires victorianos, no salvan una obra cuyo mayor mérito reside, de nuevo, en las altas dosis de mala leche y en la loable incorrección política con que Moore perfila a sus personajes; un pastiche de protagonistas literarios, mitológicos e históricos, en todo grado superiores a la misma historia y su elaboración técnica.
Sin embargo, mucho antes de dar lustre a La cosa del Pantano, reinventar a Batman (La broma asesina) y escribir Watchmen, From Hell, Un pequeño asesinato o The League of Extraordinary Gentlemen, Moore ya se había hecho un hueco a empujones entre los “autores a seguir” del noveno arte, gracias a la obra que ha impulsado estas páginas perezosas: V de Vendetta. Se trata de un trabajo mayor creado al alimón por Alan Moore y el dibujante David Lloyd en 1982. Entre ambos, conciben una “fábula política” que planteaba una hipótesis histórica de profundo calado: estamos en la Inglaterra de 1881; después de una derrota electoral no aceptada por los conservadores, estalla un conflicto nuclear que lleva a Inglaterra hacia un periodo de fascismo. En este contexto, surge la figura de V, un luchador-justiciero para unos, un terrorista para otros, que siguiendo una inspiración política claramente anclada en las teorías anarquistas, pretende cambiar el orden político a base de acciones armadas. La obra está salpicada de referencia literarias (desde Shakespeare a Ray Bradbury), intenciones ideológicas (el desprecio del tándem artístico por la política conservadora de Margaret Thatcher) y condicionantes sociopolíticos del momento en que se gestó la obra (afianzamento de la carrera de armamento nuclear, bipolarización mundial, etc.), pero en el fondo, V de Vendetta debe ser analizada como una gran tragedia socio-política de ficción, que elevó al cómic hacia esferas de reflexión artística y temática, prácticamente desconocidas. 
El soberbio trabajo gráfico de David Lloyd (esas imágenes casi en negativo, el empleo de contornos difusos invadidos por masas de colores apagados, aguados), ilustran una pesadilla repleta de referencias intertextuales, textos elaborados (autocomplacientes en ocasiones -uno de los pecadillos de Moore) y personajes complejos y ambigüos, ricos en matices. 
¿Habrán sido los Wachowski capaces de hacer justicia al trabajo de Moore y Lloyd? ¿Encontraremos a los creadores del brillante Matrix o los firmantes de sus vergonzantes secuelas? ¿Tendrá razón el señor Moore cuando afirma que la adaptación de V de Vendetta es “basura”? Vayan y vean por ustedes mismos, escuchen al único que conoce las respuestas: “…ni los jefes ni los actores saben si el espectáculo ha acabado o no, y mirando de soslayo guardan cola, pero la máscara helada sólo sonríe.”

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