miércoles, mayo 28, 2008

The Ticking, de Renée French. Detalles de otro mundo.

Empujados por la confianza que se les tiene a los buenos consejeros, hace no mucho nos hicimos con y leímos The Ticking, de Renée French. El cómic nos llegó en una de esas remesas de mini-cómics que, de tanto en cuanto, encargamos en las américas aprovechando que las importaciones papelísticas no parecen tan sujetas a los vaivenes del crudo, como a la depreciación del dolar.
En realidad, The Ticking no tiene nada de mini-cómic, todo lo contrario: se trata de un librito de unas 200 páginas, con pastas duras y una de las ediciones más cuidadas y primorosas que han caído en nuestras manos en mucho tiempo. Dan fe de ello las cubiertas marrones de tela, con motivos historiados en dorado y figura blanca en medio (como un El Evangelio de Judas, pero en plan libro de viejo artesano) y la calidad del papel. Un volumen concebido con tal mimo por Top Shelf, que invita al flechazo incluso antes de la lectura.
Como no de caricias a una portada vive el lector, finalmente terminamos por lanzarnos al buceo de sus páginas. Y resulta que fue abrir el libro y el trabajo de Renée French nos recordó inmediatamente a otra obra grandiosamente editada, una de las grandes triunfadoras de la temporada: el inmenso Emigrantes de Shaun Tan (Barbara Fiore Editora). Semejanzas que no se basan, obviamente, en lo que se cuenta (recuerden, acabábamos de abrir el libro), sino en la opción estilística elegida por French. The Ticking es una obra minuciosa, si por tal entendemos aquellos trabajos ilustrados con cierto gusto y paciencia artesana por el detalle; un cómic trazado a base de pequeñas viñetas sin más adorno que el que permite un lapicero virtuoso. En esa impronta de grafito tan familiar a la ilustración, sobreviven muchos de los parecidos entre este cómic y el de Shaun Tan (una obra, no obstante, mucho más ambiciosa y elaborada; volveremos a ella).
Pero, frente a aquel, al mismo tiempo que presume de cierta elaboración visual, The Ticking tiene una intención claramente minimalista basada en la ausencia de globos (sustituidos ocasionalmente por textos a pie de viñeta) y en la simplicidad organizativa (cada página está compuesta a lo sumo por dos viñetas, una sobre otra, o incluso por una sóla, que parece flotar en medio del papel blanco). La imagen evocadora desnuda que se impone triunfante en la página sobre la narración textual.

Sorprendentemente, pese a lo dicho anteriormente, en el plano argumental también encontramos algunos hilos de conexión entre Tan y French. No tanto por las historias narradas, como por cierto aire mágico-alegórico, cierta nostalgia simbólica, que sobrevuela los dos trabajos empujada por una galería de personajes-perdedores-desheredados que no dejan de hacernos sentir seres humanos rodeados de pobreza existencial. Aislamiento o soledad, que más da, emigración o rechazo, dos caras de una misma elección artística.
Sería injusto, sin embargo, limitar las virtudes de The Ticking a un ejercicio de análisis contrastivo. El mejor halago que se le puede hacer a esta obra inclasificable (¿simbolismo-social?¿caricaturismo ilustrado?) es reconocer su capacidad para emocionar al lector a partir de las tristes peripecias de su personaje principal, Edison Steelhead, un personaje hecho a retales, un niño que, como se señala en la primera viñeta del cómic, "nació en el suelo de la cocina". Ed, su padre y el peluche informe de aquel (metáfora de sí mismo), conforman un universo cerrado en el que la normalidad se escribe a golpe de extrañamiento y convulsión lectora. Cada nuevo hallazgo dramático, cada renglón torcido de la vida de Ed, supone un reconocimiento de la anomalía vital de un personaje que, pese a contar con nuestra simpatía y comprensión inmediata como lectores, no acaba de permitirnos más que una entrada parcial en su psique impermeable.
Así, viñeta a viñeta, detrás de cada imagen, Renée French consigue dibujar un mundo regido por unas normas propias, un planeta que orbita en universos tan lejanos como los que ocupan creadores de otra dimensión artística, como David Lynch o Daniel Clowes. Aunque lo verdaderamente relevante es que, como en los trabajos de aquellos, en el mundo enfermo de The Ticking encontramos muchos indicios, demasiados, que nos recuerdan pese a su deformidad (quizás debido a ella) a la realidad misma que nos cobija; seguramente por eso uno se emociona con las penurias de Edison Steelhead, como lo haría con las de un paisano local o un vecino de portal.
No se pierdan tampoco las pequeñas maravillas que nos regala doña Renée en su página, alguna de ellas anticipando incluso a nuestro pequeño Ed y algún otro elemento recurrente en su The Ticking, como caretas, niños solitarios y bichos extraños.

jueves, mayo 22, 2008

Gory Stories Quarterly, underground paródico.

Seguimos alternando algún comix underground entre lectura y lectura. Uno de los últimos ha sido este Gory Stories Quarterly, número 2 ½. La broma numérica tiene que ver, en realidad, con la peculiaridad editorial del tebeito: se trata de una reedición de 1972 de Gory Stories #2, que apareció inicialmente como fanzine; el responsable del artefacto, Kenneth J. Krueger.
Hasta aquí, todo bastante trivial. El comix en cuestión, sin embargo, tiene algunos puntos de interés: en primer lugar que, entre su nómina de artistas, aparece Robert Crumb con una salvaje historieta de tres páginas, protagonizadas por su célebre Angelfood ("Angelfood, McDevilsfood in Backwater Blues").
No obstante, lo que más nos interesa de todo el asunto es el tono paródico que predomina en el conjunto del tebeo, algo que no es ocasional, ni particular de este Gory Stories Quarterly, ni mucho menos.
Hasta ahora, cada vez que nos hemos referido al underground y sus posibilidades temáticas, lo hemos hecho para referirnos a sus divagaciones alucinatorias, a sus idas y venidas trasgresoras o a cierto humor desenfadado con trasfondo alternativo, pero casi nunca hemos mencionado su vertiente más paródica (literalmente hablando): entrados ya los años 70 algunos editores underground deciden volcarse con un tebeo "de género", que abra espacios a historietas de ciencia-ficción o al horror más gore. Se trata de productos, por lo general, más cercanos al cómic de aventuras que a la vertiente contracultural del primer underground (con el que normalmente sólo comparten formato editorial y cierta tendencia al libertinaje gráfico-narrativo).
Antes de esas veleidades aventureras, encontramos comix que abordan generos similares, pero desde la más esencial de las parodias (sic. RAE: del lat. parodĭa, y éste del gr. παρῳδία 1. f. Imitación burlesca). Se trata esencialmente de "imitaciones burlescas" de otros cómics o, incluso, de obras pertenecientes a otros discursos narrativos, como el cine o la novela. En este punto es en donde encontramos las certezas más evidentes a la hora de establecer una de la fuentes que explican el origen del movimiento underground: la influencia de los MAD de William Gaines y Harvey Kurtzman.

En MAD abundaban las parodias, la revista se basaba en ellas en muchos sentidos. Son conocidísimas las imitaciones bufas que Wally Wood llevaba a cabo de Eisner (más tarde, llegó incluso a hacerse cargo oficialmente de su personaje The Spirit) o del Pogo de Walter Kelly (sic. imagen superior). Este espíritu socarrón es el que heredaron y del que se retroalimentaron muchos de aquellos primeros comix underground, como por ejemplo Gory Stories Quarterly: supuestamente un cómic de terror, en la práctica una burla al descubierto de los cómics de terror de los 50 y, sobre todo, de aquellas otras historias que el mismo Gaines había engendrado en la EC con sus relatos de criptas, mazmorras y tanatorios.

Aunque en Gory Stories Quarterly también encontramos alguna parodia de otros géneros (siempre con lo macabro de fondo), como los cartoons de animales sabios al estilo Disney. Así, los animalitos que aparecen en "A funny-bunny story. Ronald's Surprise Birthday" (a cargo de Dave Clark y John Pound), nos recuerdan sospechosamente a los habitantes del Okefenokee de Walter Kelly. Eso sí, con un final acorde al género parodiado: mala baba a raudales, como para desguazarle a uno la infancia. Aquí se los dejamos...


viernes, mayo 16, 2008

Jamilti, collage hebreo.

En el número 2 del ya difunto experimento Tebeo en palabras le dedicamos una larga reseña a Metralla, el multipremiado y celebrado trabajo de Rutu Modan. Esta joven autora israelita pareció entrar en el panorama comiquero como un vendaval de los que levantan polvareda socio-política y dejan un rebufo de buena artista.
Aquella bisoñez con aires de triunfo se matiza ahora con la publicación de Jamilti por parte de Sins Entido; queremos decir que, después de todo, Modan no era tan inexperta como podíamos pensar desde aquí todos los que la descubrimos entonces. Sus primeros trabajos se remontan a la segunda mitad de los 90: The Somnambulist (Actus Tragicus, 1995) y King of the Lilies (Actus Tragicus, 1998). Posteriormente, entre los años 1998 y 2003, Rutu Modan dibujó y publicó algunas historias cortas "en el colectivo de cómic alternativo israelí Actus Tragicus, encabezado por ella misma" (como reza en la contraportada). Unos relatos que sorprenden por su variedad temática y por un evidente eclecticismo estético; la mayoría, con bastante pocos elementos en común con Metralla. Son algunas de las historias que se recogen en este Jamilti.
En aquella reseña de Metralla comentábamos cuanto nos recordaba el estilo de Modan a algunos talentos del nuevo pop-art (a Julian Opie especialmente), y hablábamos de su compromiso argumental, cuando señalábamos que en Metralla:

...la autora muestra la ligereza respetuosa del observador-narrador que confía en el juicio y la responsabilidad de su audiencia a la hora de extraer conclusiones a partir de unas imágenes cuidadosamente elegidas; unos brochazos de horror planteados con la frialdad de la rutina asumida (...), pero suficientemente esclarecedores como para descifrar las claves de la pesadilla que desvela a un territorio en estado de convulsión constante...
En Jamilti, como hemos señalado, apenas encontramos indicios de esa autora. Estilísticamente, la más cercana es la que abre el volumen, Fan, un relato intimista de un joven músico en ciernes, demasiado poco prominente como para recibir el nombre de artista, pero suficientemente ambicioso como para soñar con serlo; una historia de desengaños y porrazos contra la realidad. En todo caso (y pese a que el protagonista es un israelí), muy lejos de la contextualización político-bélica que hubiéramos esperado en la autora de Metralla. Uno de los mejores cuentos del volumen, pese a todo.
En los siguientes relatos el salto diferencial es cualitativamente mayor, ya que no es sólo el tratamiento argumental sino también la faceta gráfica la que nos distancia de nuestras expectativas iniciales (sin entrar aquí en valoraciones de calidad). En Bloqueo de energía, por ejemplo, la artista recurre a un estilo caricaturesco con reminiscencias de ilustración decimonónica y unos colores ocres quemados, para desarrollar un drama familiar de tintes teatrales.
En El rey de las rosas el estilo sigue recordándonos al de las ilustraciones antiguas, esta vez, con un uso pictórico del color y unas figuras más rotundas, perfiladas con línea marrón. Todo ello para desarrollar una historia de amor romántico, trasfondo surrealista y balneario de fondo; más cerca de Chagall y Modigliani que de Opie, sin duda.

El barroquismo visual y la querencia clasicista desaparecen en Lo pasado; por desaparecer desaparece hasta el color, e incluso el acabado en tinta. Modan presenta su historia (otra tragedia familiar, con hostal, huérfanas y secretos inconfesables por medio) como si fuera un boceto a lápiz, aparentemente inconcluso. A estas alturas, parece claro que el uso del color no es en absoluto algo accesorio para la autora israelí:
Como empecé como columnista de cómic en un periódico, durante los primeros años de mi carrera trabajé casi exclusivamente en blanco y negro. Cuando empecé a trabajar en color peleé duro con el concepto del color, porque no quería que el color fuera simplemente un relleno entre las líneas negras. El color puede conferir una atmósfera de lugar y espacio, representar el tiempo y el clima, y el estado emocional de la historia y los personajes.
Lo pasado juega con la sugerencia y la elipsis de información, aunque, quizás por eso, su resolución no es del todo satisfactoria; algo hay que nos impide empatizar con sus personajes y su vivencias. Lo mismo sucede con Vuelta a casa, un cuento planteado como una idea esbozada, una historia en la que se fotografía el instante que pretende resumir una vida, pero que no pasa de anécdota con tragedia al fondo; quizás la primera de este volumen en la que el conflicto palestino-israelí asoma la cabeza.
Bragas es un relato policiaco con psicópata y muertos en serie. De nuevo, el formato de historia breve se queda corto para la cantidad de historia que Modan pretende abarcar. Divierte la ironía que preside el conjunto y son apropiados los tonos cromáticos elegidos (azules celestes, tonos crema, tramas y patrones coloridos para las ropas ...), pero, de nuevo, los personajes apenas están desarrollados y el misterio que ejerce de motor argumental no parece suficientemente consistente como para empastar el conjunto de la ficción.
Jamilti, la historia que da nombre al libro, recupera el tono, gracias a un cuento, otra vez, lleno de insinuaciones y sugerencias. No obstante, en esta ocasión, el conjunto funciona eficazmente. Rutu Modan simplifica su trazo hasta el extremo (infantilizándolo casi) y nuevamente lo llena de complejidad gracias a sus elecciones cromáticas. Sitúa su historia en Tel-Aviv, metiéndose de lleno en el fango de la violencia terrorista, los prejuicios raciales y la sombra que planea sobre la convivencia en la región; todo, de una forma sutil, elegante e indirectamente camuflada por un cruce de miradas entre "enemigos".
En definitiva, Jamilti es un cómic irregular, polimórfico, como un tapiz en el que se mezclan estilos, atmósferas y temas sin orden aparente, pero al mismo tiempo es una recopilación de historias de una dibujante estimable, un collage que está lleno de buenos momentos.
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No se pierdan la entrevista que Newsrama le hizo a la autora y que tan bien tradujo (como siempre) el Tío Berni para Entrecómics.

lunes, mayo 12, 2008

Iron Man, de cachondeo entre las bobinas.

Hace ya unos años que al Hollywood más propiamente hollywoodiense, a ese que representan los grandes estudios, se le presupone cierta sequía creativa y una sed indisimulada de guiones originales, que garanticen divisas a sus depósitos de inversión. Así, en su búsqueda indisimulada de historias fértiles, los productores y magnates del celuloide llevan tiempo con la varita de avellano desenfundanda apuntando aquí y allá a la busca de acuíferos argumentales.
En esa exploración incesante, nuestros zahoríes de la peseta (léase dollar) han enchufado su manguera a numerosos espejismos de charco artístico: remakes tan innecesarios como artificiosos de viejos buenos clásicos; segundas, terceras y quincuagésimas partes que nunca han sido buenas (Coppola mediante); revisitaciones genéricas loables e ingeniosas que, una vez transformadas en "plantilla" argumental repetida hasta la nausea, terminan por hacernos renegar de su originaria originalidad, etc. Y así, hasta que llegó a nuestras pantallas el boom de los efectos especiales digitales, la poza infinita de imágenes digitalizadas que había de saciar nuestra sed a base de vasos de irrealidad pixelada.
El hallazgo más grande después del descubrimiento del río Yukón parecía manar oro líquido virtual para todos y para siempre; el maná redivivo en versión cinemascope (ehem, o al revés). Lo inadaptable, lo imposible, al alcance de un disco duro. Entre los frutos que crecieron al frescor del vergel encontramos piezas sabrosas como casi todas las que recolectaron los magos de esa factoría de sueños y risas que atiende por Pixar: con mención especial a sus monstruos y superhéroes. Hablando de superhéroes...
Con la era digital se recupera, se reinventa, el cine de superhéroes. Todas aquellas adaptaciones pijameras de nylon y lycra, inverosímiles hasta la parodia por su ausencia total de misticismo heroico, se reciclan en forma de mitología SFX y se reciben en nuestras pantallas con las claquetas abiertas; el género pródigo que vuelve a casa, sniff. Un filón inagotable. Una vuelta de tuerca a la teoría del subgénero convertido en molde reutilizable hasta lo indecible, pero, además, una fuente de ideas igualmente inagotable con trasvase de beneficios de ida y vuelta. Entiéndase del siguiente modo: las adaptaciones cinematográficas le garantizan a las grandes editoriales comiqueras (por ahora, básicamente, Marvel y DC, pero en el futuro a muchas otras de las pequeñas, verán) una fuente de subsistencia lujosa y abundante, alimentada de vetas diversas de merchandising, publicidad directa e indirecta, etc; por su lado, Holywood descubre el camino de perfección a su sequía cerebral: un mar creativo (tirando a lago) que, con una inversión tolerable en "infraestructuras", garantiza guiones e historias ad eternum, simplemente porque muchos ya están hechos, otros son ramificaciones de aquellos, etc. (no vamos a ponernos a hablar aquí de los universos superheroicos infinitamente cruzados y tal).


No obstante, nosotros hemos venido aquí a hablar de otro libro, aquel que se inventaron los Stan Lee, Jack Kirby, Don Heck y Larry Lieber, que estaba protagonizado por un millonario, canalla, pendenciero y casquivano, llamado Tony Stark. Resulta que es el que ahora han transformado en película los señores de la Paramount junto a los de la Marvel. El resultado, Iron Man, nos ha parecido bastante divertido y mucho más digno que otros simulacros superheroicos precedentes bastante recientes.
Los altibajos en una superproducción de este tipo parecen inevitables, seguramente por las mismas restricciones que plantea el molde genérico, que venimos señalando. Como la plantilla está trazada de antemano (los momentos climáticos y anticlimáticos, el diseño de personajes estereotipados o la exigencia de subtramas internas -la historia de amor subyacente, el conflicto moral del héroe, el villano agraviado, etc.), al director no le queda otra que intentar ajustar sus piezas en las casillas correspondientes, sin perder de vista que el trazado original permanezca visible de principio a fin; innovaciones las justitas, que el producto va destinado al gran público, no a los lectores de cómic. Quizás por eso, muchas de las adaptaciones de tebeos que vemos en los últimos tiempos nos parecen redundantes y sus subrayados excesivos: porque nos están contando algo que ya hemos leído mil veces. Olvidamos que su público potencial no somos sus lectores originales, sino los consumidores de grandes producciones (a lo mejor, los mismos que "alucinaron" con Titanic). De ahí que todos y cada de los filmes superheroicos se explayen en la ilustración profusa de los antecedentes del personaje, sin dar nada por hecho (algo que, por otro lado, ha sido un común denominador en casi todas las nuevas reformulaciones de los mitos Marvel y DC a lo largo de estas últimas tres décadas; no es tan raro).
Quizás por eso también (parafraseando a Pepo Pérez), en la crítica de Iron Man de Carlos Boyero (uno de los mejores de este país) se lea eso de que el "sentido del humor está ausente en este discurso sobre el bien y el mal, con lo cual el fastidio es superior". Y es que, precisamente, lo mejor del Iron Man de Jon Favreau es su sentido del humor. ¿Hay que conocer al personaje y su mitología para entenderlo, para disfrutar del mismo? Las palabras de Boyero nos hacen dudar. Casi todas las intervenciones en pantalla de ese gran actor que es Robert Downey Jr., destilan humor e ironía. No nos referimos a la socarronería chulesco-macarra a lo Rambo que "perfuma" al héroe prototípico americano de las últimas décadas, no, aunque de esa también hay en Iron Man; hablamos de un humor más fino que enlaza directamente con la evolución comicográfica del personaje, ese chulo playboy acomplejado, con un fondo tragicómico que le lleva del patetismo a la parodia sin perder ni un ápice de su heroicidad. Nos parece que la película ha sabido recoger ese punto bastante aceptablemente. Por eso, sobre todo, nos ha parecido divertida.
Bueno, y porque aparece el Downey Junior en un papel que le viene al dedo. En uno de los primeros cómic-books de los Ultimates sus personajes fantaseaban con la divertida hipótesis interdisursiva de quién representaría a quién en una posible adaptación al cine de sus andanzas heroicas: Tony Stark lo tenía claro (bueno, Millar y Hitch, en realidad), no podía ser otro sino Johnny Depp (Hitch incluso dibujó al personaje con ese referente fisonómico presente). No por mucho, pero se equivocaron. Robert Downey Jr. es un Iron Man tan perfecto que hasta comparte pasado, traumas y reivenciones; así que cuesta tan poco creerse su lado golfo y divertido como su faceta de angel caído y redimido.
Sus intervenciones son lo que más nos interesan de la película, sus momentos en el laboratorio al cobijo de su aparataje tecnológico; sus cruces de relaciones "jefe-sirvienta", chanzas y miradas, con esa sosísima y sumisa (también paródica) Pepper Potts; sus vuelos sin motor en el interior de la armadura y la muy lograda visión subjetiva desde el casco de Iron Man.
Nos atraen mucho menos todos los aspectos de la película que huelen a fórmula, empezando por el episodio iniciático en el desierto afghano, que nos recuerda por momentos a algunos episodios de El Equipo A y a casi todos los de McGyver. Tampoco acabamos de "entrar" en los necesarios (argumentalmente) como intrascendentes (narrativamente hablando) episodios de confrontación entre Iron Man y sus sucesivos enemigos-obstáculos. Y de la historia de amor, qué decir, predecible desde el primer boceto de trailer de la película, al igual que la facilona (por obvia) exposición del conflicto moral armamentístico que sobrevuela toda la cinta... Dicho lo cual, volvemos a nuestras primeras palabras, nos lo pasamos bien, nos reímos y dimos por bien gastado el dinero: aceptamos Iron Man como cine (espectáculo).

lunes, mayo 05, 2008

Pinturitas y tebeos (Tranquilli, Goya et al)

Este fin de semana descubrimos a Adrian Tranquilli en el suplemento ABCD, con motivo del anuncio de la exposición Esculturismos. Iconos ácidos, que permanecerá en la madrileña Sala Alcalá 31, hasta el día 18 de mayo. En el mismo número, leemos un excelente artículo de Fernando Castro Flórez, dedicado a la aparente consagración de lo "freak" como fenómeno artístico-cultural-ideológico. Acertadamente, el crítico titula su repaso a la nueva cultura popular "Del «Pop» al «Freak», la estética de lo grotesco"; toda una declaración de intenciones.
En él menciona, entre otras propuestas de la modernidad "artística" y mediática, a los Orlan, Tracey Emin o, en otro orden de cosas, a tipos como ese Risto Mejide. En la página de al lado, Laura Revuelta comenta la mencionada exposición de la Sala Alcalá 31, una colectiva que "recoge las obras de una serie de artistas que van más allá del pop". El enganche entre los dos artículos parece claro. Entre los creadores que podemos ver en la muestra, comisariada por Peio H. Riaño, se halla gente tan conocida como Mateo Maté (del que no es la primera vez que hablamos), Eugenio Merino o Chus García-Fraile.

Descubrimos también al mencionado Adrian Tranquilli, un artista que encaja bien en este hueco comiquero, por su recurrencia constante al mundo superheroico en su reformulación del concepto pop. Nos recordó parcialmente a Lister, de quien también hablábamos aquí no hace tanto. Quizá sea Tranquilli más conceptual e irónico (cómico) en su acercamiento distanciado y posmoderno al universo de los héroes de Marvel y DC. Unos personajes que en manos de Tranquilli aparecen descontextualizados y reubicados en situaciones ajenas, pero claramente reconocibles; un paso más dentro de esa reformulación heróica (también posmoderna), no carente de patetismo y miseria moral, que se inventaron los verdaderos héroes del cómic en los 80 y 90, los Frank Miller, Alan Moore o Mazzucchelli.
Se corrobora, nuevamente, algo que sabemos todos: el hecho de que el cómic puede entrar en la pintura y en la escultura como referente, para transformarse simplemente en otra cosa, en arte fuera del cómic, en icono manipulado. Luego, nos acercamos a Entrecómics y vemos que el Tío Berni se ha marcado un interesante post (inversamente proporcional a lo hasta ahora señalado), dedicado a ciertas relaciones directas y homenajes cruzados entre el cómic y la pintura. Nos deleitamos con su amplia selección de imágenes y pensamos que sí, que a veces todo encaja.