lunes, noviembre 26, 2012

Charlas, anuncios y denuncias.

Un aviso urgente para un evento que, estamos seguros, merecerá mucho la pena: nuestro amigo Octavio Beares, animoso y pedagógico, se ha lanzado a organizar unas jornadas de charlas y encuentros sobre el cómic, bajo el título “El cómic en el museo, primeros encuentros con la historieta“. El evento tendrá lugar en Pontevedra, a las 20.00 horas, entre los días 27 y 29 de Noviembre (martes a jueves), en el Museo de Pontevedra. Los participantes, gente tan docta y talentosa como Kiko Dasilva, David Rubín y Pepo Pérez, ahí es nada; y las charlas, serán coordinadas y moderadas por el Octavio pasajero, el señor Beares. Su programa reza así:
A través de un ciclo de tres conferencias sobre el mundo del cómic el Museo de Pontevedra presta especial atención la esta arte secular de gran impacto social. Las charlas correrán a cargo de reconocidos autores en el campo profesional y de la crítica, que ofrecerán una visión básica del cómic como arte desde el panorama nacional y gallego de nuestro tiempo. La presentación de los ponentes la llevará a cabo el crítico Octavio Beares. La apertura y el cierre del ciclo se realizarán con la presencia de la presidenta ejecutiva del Museo, Ana Isabel Vázquez Reboredo. El encuentro tendrá lugar en el Sexto Edificio, a partir de las 20:00 horas; la entrada será libre hasta completar aforo.
Les dejamos con el lucido cartel y, desde aquí, les invitamos a asistir. Si les pilla un poco a desmano, les conminamos a seguir los eventos desde su propia mesa-camilla; porque sí, las charlas se retrasmitirán en streaming, en directo:
El segundo tema es bastante más desagradable, aunque la polvareda que ha levantado nos llena a todos los amantes del cómic de un poco de esperanza y fe en la movilización social por una buena causa. No creo que a estas alturas exista aún algún lector de cómics que no haya oído hablar de la supresión de la Beca Alhóndiga y de la respuesta que esta genialidad de la gestión cultural ha tenido en el MUNDO del cómic. Por si acaso, se lo resumimos aquí:
Resulta que, como suele suceder en el mundo de la política (cuánto más en los últimos tiempos), la última gestora nombrada para la dirección del centro cultural AlhóndigaBilbao (una tal Lourdes) ha decidido que, como decían los que nada sabían de cómics hace treinta años, el mundo de las viñetas no merece la atención cultural que sí deben concitar otras artes nobles. Con esta premisa, ha decidido echar por tierra parte del excelente trabajo para la promoción del cómic que el centro AlhóndigaBilbao ha llevado a cabo en los últimos años y, con el mismo reprís, eliminar de su presupuesto la beca Alhóndigakomic: unos 12.000 euros que, estamos seguro, doña Lourdes reinvertirá de forma magistral y rentabilísima, pero que suponen el final de la única ayuda de su tipo que se daba hasta este momento en España (hemos oído hoy en algún sitio que en Francia se manejan presupuestos de unos trescientosnosecuantosmil euros para asuntos similares, pero claro, es bien sabido que en nuestro país vecino todavía interesan la cultura y la ciencia).
Gracias a la Beca Alhóndiga, Bilbao lucía con un punto bien gordo dentro del mapa del cómic español. Gracias a esta beca, cada año, un joven valor del cómic nacional tenía la oportunidad de representar a España dentro de La Maison des Auteurs de Angulema (Francia). Hasta ahora, de esta experiencia han participado nombres tan prometedores (y realidades consolidadas) como Clara Tanit, Lola Lorente, Álvaro Nofuentes, Álvaro Ortiz, Martín Romero, Alfonso Zapico (último Premio Nacional, nada menos). Los muchos que habían de surgir, suponemos, morarán en el limbo de gestiones culturales patrias tan desafortunadas como la que nos ocupa... Suponemos también que con esta medida, doña Lourdes está dando su personal respuesta a la reciente mesa redonda alrededor del cómic que se ha organizado bajo su mandato: "Cómic, nuevos rumbos".
La reacción al despropósito ha sido colosal: a la iniciativa de denuncia, expresada mediante una carta pública, se han sumado prácticamente todos los nombres del cómic español, autores, críticos, estudiosos... Pero, además, el eco de la demanda ha llegado fuera de nuestras fronteras y en la carta que se ha entregado a la Alhóndiga figuran nombres como los de Lewis Trodheim, Vittorio Giardino, Chris Ware o Art Spiegelman. Estamos seguros de que para un político inflado o algunos gestores pseudoculturales (por la falta de perspectiva global, nos referimos) todo esto son naderías y que, para algunos, mencionar a Ware es como hablar de Carmen de Mairena.
A los medios, el asunto les ha interesado bastante más que a los responsables de la institución aludida, que se han despachado con una alegre e insustancial justificación, según la cual la cuantía de la beca "va a ir más dirigida al interés general y no tanto al particular. Es un momento diferente en un contexto diferente donde debemos ser más rigurosos que nunca con el gasto y diversificar nuestros apoyos a diferentes disciplinas". Y ya se sabe, en estos tiempos de crisis, la culpa de todo la tienen, por este orden, Yoko Ono, el cómic, los hospitales y la educación pública.
Para seguir informados del jaleo o descargarse esa carta que tantos hemos suscrito, pueden ustedes dirigirse al blog que ha nacido ha propósito de la movilización: "Contra la supresión de la beca Alhóndiga".
Más información, aquí:

lunes, noviembre 19, 2012

Where Hats Go, de Kurt Wolfgang. Sombreros underground.

Nos ha dado en los últimos tiempos por volver al mundo de los minicómics y de las emociones autoeditadas en pequeño formato. Lo hemos hecho recuperando viejas deudas lectoras, como aquella recomendación que don Kioskerman nos hizo hace varios años a propósito de una charla bloguera sobre Mat Brinkman y nuestros siempre admirados Fort Thunders. Nos habló en aquella ocasión de Kurt Wolfgang y su Where Hats Go, pero no ha sido hasta ahora cuando ha caído en nuestras manos.
Todo un manifiesto del nuevo underground, en tamaño reducido y con una presentación excelsa. El librito de Wolfgang cuenta con 160 páginas sin palabras, editadas en bicolor marrón e introducidas por una simple pero delicada portada abstracta construida a base de motivos geométricos. Sus dibujos nos recuerdan inmediatamente a los de otros dibujantes de eso que hemos dado en llamar "el nuevo underground", la relectura un tanto barroca, urbana, lisérgica y polimórfica de los hallazgos de aquellos genios de los 60 y 70; la que en los 80 y 90 encarnan autores como los norteamericanos Dave Cooper y Pete Bagge. Aunque la línea de Wolfgang se nos parezca sobre todo al trabajo del británico Hunt Emerson, un artista que siempre estuvo a medio camino (estilístico y cronológico) entre aquellos autores originales del comix y esos herederos que venimos comentando.
Abres Where Hats Go y te encuentras con ráfagas de viento y sombreros que vuelan por los aires de una ciudad norteamericana que bien pordría ser Nueva York (o New Jersey, la ciudad de su autor, por qué no). Así, tomando como punto de partida un asunto tan trivial como la desaparición de una gorra con especial valor sentimental para su dueño, Wolfgang alimenta los recovecos de su relato mudo con brochazos de humanismo surrealista y una buena dosis de esa reducción al absurdo que tan bien les sentaba a los Crumb, Shelton y Cruse. Así, lo anécdotico se convierte en algo muy serio (sobre todo para sus sufridos protagonistas) y le da pie a su autor para hacer el consabido ejercicio de crítica social, que en tantos casos se esconde detrás de la apariencia lúdica de los cómics de Cooper o Bagge.
Sólo una pega, ¿por qué tenemos la sensación de que Where Hats Go, en su tramo final, peca de un acabado premuroso y mucho menos detallista que en el resto de sus páginas? Sea como fuere, detrás de los profusos rayados, las tramas abigarrada de sus viñetas y su galería de personajes freaks, este cómic no es otra cosa que un cuento de navidad al uso, eso sí, habitado por mendigos, niñas sabiondillas, perros al borde del colapso y muchachos hipersensibles un tanto ridículos. Y de fondo, la crudeza del invierno en las grandes urbes occidentales, escenarios tan poco amables con los desfavorecidos como propensos al pequeño milagro cotidiano.
Ya saben que eso son y de eso se nutren los minicómics: del talento de sus entusiastas creadores y de los pequeños milagros editoriales. El de Kurt Wolfgang es un buen ejemplo de todo ello; ¡si hasta estuvo a punto de ganar un Ignatz Award en 2002!

lunes, noviembre 12, 2012

Ya están aquí...

Pues sí, al fin, después de muchas contracciones, Marina y Zap han nacido, en La Luna. No hubiera sido posible sin Thule, Isla Flotante y el hacendoso empeño y la confianza de José y Olalla (los mejores editores de la Vía Láctea). Y sobre todo, el parto hubiera sido imposible sin la compañía, la buena disposición y el enorme talento de Gaspar Naranjo, socio, amigo y padre compartido de este cómic-cuento que ya está en las librerías: Marina está en la Luna. Desde La Tierra, damos las gracias a todos los que lo han hecho posible.
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De la precuela ya les hablamos aquí y aquí.

lunes, noviembre 05, 2012

Un viaje entre gitanos, de Guibert, Keller y Lemercier. Instantáneas de la miseria.

El fotógrafo es uno de nuestros cómics favoritos. Quizás por eso, nos acercamos a las páginas de Un viaje entre gitanos con ciertos prejuicios. A saber: el efecto sorpresa de la combinación interdiscursiva (fotos y viñetas en una misma secuencia) que supuso El fotógrafo dentro del mundo del cómic, ha desaparecido, o se ha amortiguado al menos. En segundo lugar, de aquella tripla que formaban el dibujante Emmanuel Guibert, el diseñador y colorista Frédéric Lemercier y el fotógrafo Didier Lefèvre, sólo repiten los dos primeros debido a la muerte de Lefèvre en 2007. Por último, a priori, el componente exótico del Afganistán pretalibán deja paso en este nuevo cómic a una realidad mucho más prosaica para un europeo, la de los gitanos más pobres que viven en una situación marginal. Así de injustos somos, resulta que cuanto más lejos nos pilla la miseria, más exótica se nos vuelve y más interés despierta en nosotros la descripción de su realidad.
Dejando los prejuicios a un lado, lo cierto es que Un viaje entre gitanos es una obra inferior a El fotógrafo por razones mucho más objetivas. Resulta más fragmentaria y episódica que aquella: la coherencia del viaje con un objetivo concreto que condicionaba la trama de El fotógrafo (un ejemplo clásico de búsqueda narrativa, the quest) desaparece en pos de una serie de brochazos descriptivos, una acumulación de episodios y vivencias, que si bien se presentan con cierta ordenación cronológica, terminan creando en el lector una sensación de dispersión acumulativa. Como en un cuadro expresionista con afanes costumbristas, el relato de Un viaje entre gitanos funciona al ritmo de los diferentes brochazos que trazan cada uno de los breves episodios que aglutinan la historia (la cual, insistimos, sí que está marcada por el recorrido más o menos cronológico de su protagonista: el fotógrafo Alain Keler).
Además, frente a la crónica mucho más objetiva de El fotógrafo, pesa en Un viaje entre gitanos el tono marcadamente subjetivo de un narrador que se posiciona claramente desde el primer momento. Una voz narrativa que subraya, critica y amonesta a partir de unos juicios de valor (en ocasiones acompañados de ciertas matizaciones sarcásticas) que no le permiten al lector otro análisis que el que ya viene dado por las propias páginas del cómic. De este modo, el relato pierde parte de la fuerza documental que aportan sus testimonios fotográficos, el relato de los acontecimientos y las propias motivaciones filantrópicas del tema.
Hasta aquí los peros. Porque, en realidad, Un viaje entre gitanos encierra también muchas virtudes. Venimos diciendo desde hace tiempo que el cómic, un cómic, además de ser un objeto cultural, es un lenguaje, un modelo discursivo que permite articular diversos temas y contenidos. Entre ellos, y esta obra es buena muestra de ello, la crónica social o el relato periodístico (del que Joe Sacco es máximo representante).
En este sentido, Un viaje entre gitanos resulta ser un excelente documento social, un testimonio visual y narrativo de una realidad que convive con nosotros, pero que nos empeñamos en barrer bajo las alfombras de nuestras ciudades metalizadas y digitalizadas. Es estimable que periodistas como Alain Keler se empeñen (literalmente) en mostrarnos la otra cara del espejo, la que encierra los horrores de la civilización. Cierto es que, como él mismo señala en su epílogo, "los lugares deprimentes gozan de un extra de felicidad cuando no se está deprimido, igual que los lugares felices tienen un extra de melancolía cuando se está triste", pero en ocasiones asomarse al abismo es también un ejercicio de salud ciudadana, más que un consuelo de tontos.
Los episodios dedicados a los poblados gitanos de Calabria y de Letanovce, en Eslovaquia, están llenos de vida, que no de vitalidad, y huelen a realidad en cada viñeta. Las palabras de Keler en el prólogo y el epílogo son tan sentidas que nos invitan a una reflexión honda. Y los dibujos de Guibert funcionan como un reloj a la hora de engranar el relato y cementar la argamasa narrativa que cohesiona los documentos fotográficos insertos. Guibert es un dibujante excelente, su realismo sobrio y esquemático tiene una fuerza descriptiva asombrosa y, siempre, dota de matices y contenido aquellas historias en las que se embarca el autor francés.
Ya lo ven, no faltan razones para acercarse a Un viaje entre gitanos, más allá de las siempre odiosas comparaciones.