jueves, abril 30, 2015

Repaso al 33 Salón del Cómic de Barcelona: ninjas, androides, gokus, soldados imperiales.... y cómics

Después de un año en barbecho, regresamos a la Ciudad Condal para disfrutar del 33 Salón del Cómic de Barcelona, visitas y actos a contrarreloj, reencuentros tan intensos como fugaces. Toda una ceremonia efímera de periodicidad anual.
Respecto a nuestra última visita, el Salón había cambiado su emplazamiento: desde su antigua ubicación en el  palacio 8 de Fira Barcelona Montjuïc, a la actual en las plantas baja y superior del palacio 2 y en la plaza Univers. En el cambio, la organización ha ganado cientos de metros de recorrido, y los visitantes una holgura y un desahogo en la visita que nos ha hecho olvidar sofocos precedentes. No es casual que, según los datos ofrecidos, el Salón haya batido este año todos sus records de asistencia. Las colas a la entrada del recinto daban espanto y, estamos seguros, disuadieron a más de algún incauto a la hora de engrosar las cifras de esos 113.000 asistentes. Se presiente que, para algunos, los rigores de la crisis se van relajando poco a poco.
Entre los peros a la nueva ubicación y distribución del Salón (siempre hay una cruz), parece obvio que las exposiciones y muestras han perdido presencia y prestancia en la vastedad del escenario; hasta la organización parece haberlo entendido así: daba un poco de pena ver las impresionantes planchas originales de The Spirit desparramadas en una desangelada nave lateral de la planta baja. Hubieran merecido más atención y cariño. Un tanto sucedía con el resto de las exposiciones que se se hallaban alejadas de los lugares centrales de la muestra: desapercibidas pasaban la de las "Autoras de cómic femenino en el Franquismo 1940/1970", e incluso la de "Anacleto Agente Secreto" (aunque en este caso la parafernalia cinematográfica dotaba de más presencia a los paneles expositores). Algo mejor trato recibieron la interesantísima exposición sobre Gallardo (pese a su disposición esquinada), la de Perich o la de los estupendos trabajos de "Cifré & Cifré", padre e hijo. Gotas de agua en un oceano de stands, bares, cafeterías, tenderetes, estructuras publicitarias, photocalls y puestos de chuches, en todo caso.
En la planta superior, entre R2D2s, Estrellas de la Muerte y Juegos de Tronos, se mostraba "Cómics fantásticos", la exposición estrella de un Salón dedicado a la fantasía. Un muestrario impresionante, y un tanto disperso, de originales de primer nivel (organizados en cuatro o cinco categorías genéricas); entre ellos, encontramos páginas que habíamos leído y releído cien veces de Raymond, Moebius, Chaykin, Corben, Serpieri, Bilal, Peeters y cualquiera que tengan ustedes a bien pensar. Más músculo y exhibición ferial que sistema. Impresionantes, por cierto, los grandes óleos de Corominas para las portadas de libros e ilustraciones de la edición española de Juego de Tronos.
Entre nuestras actividades favoritas del Salón está, sin duda, la de poner cara a autores que admiramos y saludar a otros con los que ya nos hemos cruzado en alguna ocasión anterior. A algunos de ellos (polifacéticos y pluriempleados), como Pepo Pérez, nos los encontramos en la reunión matinal de la ACDCómic (Asociación de Críticos y Divulgadores de Cómic de España), que José Antonio Serrano, nuestro presidente, había organizado con tanto mimo y dedicación como siempre para la mañana del sábado. A otros tuvimos ocasión de saludarlos durante el Salón. Tuvimos ocasión de cruzar unas palabras y pedir dedicatoria, por ejemplo, a nuestro admirado Igor, o a Bryan Talbot, que asistió a la jornada de firmas junto a su mujer Mary Talbot. Observamos solidarios la ola de fervor que está engordando Frederik Peeters con cada nueva obra que publica; y con la inercia hipnótica de ese Aama suyo que va camino de convertirse en el gran cómic de ciencia-ficción de la década; y pudimos constatar que, un año más, las grandes colas del salón homenajean a tipos esenciales de nuestra historia viñetera, como son Jan o Ibañez. Importante, por cierto, la legión de admiradores que arrastraron Ana Oncina y su Croqueta y Empanadilla (Premio Popular a la Mejor Obra).
Super Jan y Efepé. Vuelve el héroe
Frederic Peeters y Jason. Jóvenes clásicos
Igor, reportero con causa, viñetas comprometidas
Ana Oncina. Croquetas para todos
Miguelanxo Prado, uno de los nuestros
El 33 Salón del Cómic de Barcelona será recordado porque fue el año en el que Fabricar Historias, de Chris Ware, la obra clave de los últimos tiempos, no recibió premio; siendo su lugar ocupado por la correcta Saga, de Brian K. Vaughn y Fiona Staples. Alfred Hitchcock nunca ganó un Oscar, algo que para nada habla mal de Hitchcock. Afortunadamente, el resto de premiados le puso una tirita a la brecha (catarata) del desagravio. Merecidísimo fue, por ejemplo, el Premio a Mejor obra de autor español publicada en España en 2015, otorgada a Las Meninas, de Santiago García y Javier Olivares; un cómic fabuloso, inteligente, erudito y muy divertido. Se les veía a los dos aurores lucir radiantes y presumir orgullosos como padres de la barroca criatura. Nos comentaba luego el señor Olivares que al principio no las tenía todas consigo, ante la nómina rutilante de nominados con la que competían este año: no olvidemos que entre los elegidos había cómics fantásticos, como el Yo, asesino, de Altarriba y Keko; Las guerras silenciosas de Jaime Martín; Las oscuras manos del olvido, de Hernández Cava y Bartolomé Seguí; quien repetía junto a Gabi Beltrán en Historias del barrio; o el emocionante He visto ballenas, de Javier de Isusi; y no nos olvidamos de Álvaro Ortiz, Luis Bustos, Antonio Hitos, Zidrou y Lafebre o Furillo ¿Se habían alguna vez juntado tantas y tan buenas nominaciones?
Olivares y García, winners
A justicia divina suena también que el Gran Premio del Salón recayera en un grande como Abulí, guionista para más señas, autor de muchas páginas esenciales del cómic español (amén de traductor de clásicos entre clásicos).
Pero, no nos engañemos, quizás lo mejor de estos macroeventos resida en su capacidad aglutinadora, su condición de excusa perfecta para visitar una ciudad estupenda como Barcelona, reencontrarse con viejos amigos como Pejac o López Cruces, hablar y discutir de cómics, y conocer a tipos tan majetes como Javier de Isusi, al tiempo que te desvelan los secretos de sus cómics a la sombra de una cervecita (o más).

jueves, abril 16, 2015

Las Meninas, de Santiago García y Javier Olivares, en SER Soria

En nuestro Cómics en la Biblioteca de hoy en la SER hemos hablado con Eva Lavilla y Chema Díez sobre de Las Meninas, el último trabajo conjunto de Santiago García y Javier Olivares. Estamos ante una novela gráfica brillante, cargada de matices, segundas lecturas y erudición; e "iluminada" por los siempre magicos lápices de Javier Olivares, uno de nuestros dibujantes favoritos de hoy y de siempre.
Sucede que, además, Las Meninas es, junto a otro gran cómic como Yo, asesino (de Antonio Altarriba y Keko), una de las claras favoritas para recibir el premio a Mejor Obra de Autor Español Publicada en España en 2014, en el 33 Salón Internacional del Cómic de Barcelona que ahora comienza.

miércoles, abril 08, 2015

Yo, asesino, de Altarriba y Keko. La estética de la violencia, violencia entre viñetas

Seguimos tropezando en la misma viñeta. Nos pasó hace cinco años con esta obra maestra y nos ha vuelto a suceder otra vez. Cerramos nuestra lista de lo mejor de 2014 con unas cuantas deudas lectoras, y resulta que entre ellas se encontraban dos o tres de los mejores cómics del curso pasado; historias que por méritos propios deberían de haber estado en cualquier nómina de elegidos. Fue el caso de la desasosegante historia de Backerf, e igualmente injustificable (ahora a agua pasada lo sabemos) es la ausencia en cualquier selección de los mejores cómics de 2014 del nuevo trabajo del gran Antonio Altarriba y de un maestro como Keko. Porque Yo, asesino es un cómic mayúsculo. Bien lo han sabido ver nuestros vecinos.
Enrique Rodríguez ramírez es un profesor universitario de Historia del Arte que pone en práctica sus investigaciones acerca de la estética de la violencia mediante una serie de asesinatos selectivos minuciosamente escenografiados y ejecutados con un ánimo de trascendencia más aplicable a una obra de arte que a un homicidio casual o ritual.  Con un matrimonio al borde de la ruptura y una carrera docente e investigadora marcada por las presiones políticas, las míseras disputas docentes y las guerras por las subvenciones públicas que determinan el estatus académico en el escalafón universitario, el profesor Enrique Rodríguez desahoga sus inclinaciones artísticas, su talento como creador de "obras únicas", eligiendo víctimas al azar a las que asesina ceremoniosamente y con una intención claramente estética.
Por derecho propio, entonces, Yo, asesino es una obra de serie negra. Un thriller habitado por asesinos, cómplices, víctimas y detectives; una historia cargada de misterio, intriga y casos sin resolver que hará las delicias de cualquier amante del género. Pero el trabajo de Altarriba y Keko es mucho más que un cómic noir al uso...
Para contextualizar su “ensayo” acerca de la violencia, el arte y el dolor, Antonio Altarriba sitúa su historia en el País Vasco actual, la Facultad de Letras de Vitoria-Gasteiz. Ya han pasado los años de plomo de la actividad criminal de la banda terrorista ETA y la radicalización abertzale de la sociedad vasca. Aquellos años de violencia psicológica, social y física en los que las víctimas del terrorismo debían convivir además con la falta de empatía de su entorno y el hostigamiento político de la mayoría nacionalista. En este escenario contemporáneo, en el que aún pervive una fuerte politización y presión institucional, Altarriba sitúa a su peculiar protagonista y álter ego, un yo asesino, que Keko recrea con los rasgos físicos del propio Altarriba; también catedrático universitario en la Universidad del País Vasco en su vida real.
A lo largo de su trayectoria creativa, Keko (José Antonio Godoy) ha labrado una reputación como artista de culto al margen de cualquier tendencia comercial gracias a su muy personal dibujo expresionista, su dominio del claroscuro y cierta inclinación por personajes e historias marginales, cuando no extremos. Esta claro que no había un dibujante mejor a la hora de ponerle viñetas al elaborado y complejo guión de Altarriba. Es más, en un giro visual muy oportuno para la historia, Keko ha “sofísticado” su dibujo para Yo, asesino, dotándole de un detallismo y un tratamiento hiperrealista (obtenido en parte gracias a la manipulación de material fotográfico) que nos permiten hablar de cierto manierismo visual, donde antes primaban cierta inclinación hacia el cubismo y el ya señalado expresionismo (insistiendo en esa linea que ya anticipara con brillantez en La protectora). Oscuridad y sentimiento barroco para dar vida a una historia cargada de tragedia existencial.
Dentro del contexto profundamente violento del cómic descubrimos una de las tesis básicas de este cómic: la muerte como fenómeno imprevisible o improvisado puede ser un arte y un acto creativo, pero los crímenes políticos, ideológicos o institucionales (interesados, en definitiva) son puro y cruel ensañamiento:
Matar por nada es revolucionario... / Pone en evidencia las interesadas razones que la política, la religión, la filosofía o la psicología han encontrado para que sigamos asesinádonos... Para que parezca que tiene sentido hacerlo... / Son justificaciones de conveniencia... Nunca motivaciones justas... / En este mundo matar por nada constituye, en el fondo, una acción pacifista... / Al menos mucho más honesta que matar por la patria... 
¿Es entonces Yo, asesino una reivindicación de la naturaleza violenta de todo ser humano ("La pulsión asesina (...) constituye la esencia de nuestro carácter, reflejo del deseo de poder, resorte último de la supervivencia") o es tan sólo la escenificación plástica del aparato teórico que explica, por así decirlo, "la representación del dolor en el arte" (o el cómic) contemporáneo? ¿Exaltación estética de la violencia o crítica social implícita (y pacifista) hacia la dictadura sanguinaria de las ideologías? En un momento de la historia el protagonista conversa con Edurne, su alumna y joven amante, acerca del reciente asesinato de Carlos Alarcón, su máximo rival teórico:
- No me voy a escandalizar... Ni te voy a reprochar nada... Sabes que comparto tus teorías sobre el arte... Y creo en la pulsión asesina como fuente de creatividad.
- Son teorías esteticas... Escribo sobre ello... Investigo sobre ello... Pero eso no significa que vaya por ahí matando a mis colegas...
- ¿Ah no...? Decir una cosa y hacer otra supone incoherencia... Es una impostura intelectual... Si no recuerdo mal, tú mismo escribiste un artículo sobre ello...
- Vamos, Edurne, no seas chiquilla... Nadie lleva sus ideas hasta las últimas consecuencias... Al menos en algunos terrenos...
En el cómic, Enrique le está mintiendo a su amante, se está protegiendo. Quizás, como autor, Altarriba no lo esté haciendo. Desde este punto de vista, podríamos leer Yo, asesino como un objeto artístico, una novela gráfica que supone la ejemplificación ficcional de esa "teoría estética" de Antonio Altarriba (alias Enrique Rodríguez) y Keko. Un cómic que, detrás de su despliegue de erudición, esconde un desahogo y una crítica despiadada contra todos los ámbitos de la kultur contemporánea: la endogamia corrosiva e inmovilizante de la Universidad española; la política cultural errática, caprichosa y corrupta de las instituciones regionales y nacionales; o la vacuidad mercenaria y superficial de ciertas manifestaciones del arte contemporáneo (ejemplificadas en Abel y Omar, la pareja de performers gays que hacen acto de presencia en las páginas finales del cómic).
El ejercicio narrativo en primera persona adquiere, de este modo, unos tintes autorrefenciales que permiten leer la obra como un juego de espejos en el que realidad y ficción terminan por confundirse. El sentido último de la obra adquiere connotaciones irónicas insospechadas y una profundidad conceptual que concreta los planteamientos teóricos del profesor protagonista acerca de la violencia en la propia obra de arte que venimos analizando, este cómic titulado Yo, asesino, que el lector tiene entre manos. Pura vanguardia, el continente y el contenido reflejándose el uno sobre el otro.
Lo de nuestra lista incompleta, esta vez lo vamos a solucionar con medidas retroactivas violentas.