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miércoles, septiembre 12, 2018

Grafitis iraníes y otras curiosidades

Acabamos de regresar de un viaje a Irán. Una de esas "aventuras" que, entre muchas otras compensaciones, cuenta con la de echar abajo prejuicios y poner en cuestión las certezas que nos venden medios, mercados y demás agoreros del miedo.
Nos encontramos con los serios problemas que ya anticipábamos respecto a derechos humanos, derechos de la mujer y libertad de expresión. Pero también nos sorprendimos con una relajación política, social y religiosa que no sospechábamos, y que permite atisbar cierta apertura ideológica en un futuro no muy lejano. Cada vez queda menos de aquel Irán sombrío y fundamentalista de los ayatolas, aunque los rostros de Jomeini y Jamenei le persigan a uno, omnipresentes, desde pósters, muros, postales y billetes de curso legal.
Frente a ese Irán antipático y atemorizante del "eje del mal" que nos venden los voceros neocon de Donald Trump y la ultraderecha europea (ambos, si cabe, más atemorizantes y sombríos que su propia propaganda), en la antigua Persia nos hemos encontrado con algunas de las personas más hospitalarias, honradas y orgullosas que hemos conocido en nuestra biografía viajera. Una vez más, el pueblo demuestra ser mejor que sus gobernantes. No exageramos si afirmamos que Irán es uno de los países más seguros en los que hemos estado. Y menos atosigantes. No recordábamos ya la sensación de pasear por un bazar sin ser perseguidos por contumaces enjambres de vendedores reacios a dejar escapar su presa occidental.
En Irán se puede ser casi invisible. Una verdad a medias. Al turista occidental se le acercan los locales con frecuencia y casi nunca con segundas intenciones: los iraníes quieren saber de dónde somos, adivinar qué pensamos de su país, practicar un poco su inglés o, la mayor parte de las veces, echarnos una mano en aquello que pudiéramos necesitar. No son pocas las ocasiones en las que el local invitará al forastero a comer en su casa o a conocer a su familia; sin otra contrapartida que la satisfacción de poder presumir de hospitalidad.
Al margen de sus gentes, el país rezuma arte, cultura y espiritualidad. Su historia es una crónica de civilizaciones, religiones y algunos de los grandes nombres de la historia: desde Ciro, Darío I el Grande y Jerjes a Alejandro Magno, Gengis Kan o Kublai Kan. Sus dinastías de gobernantes discurren entre elamitas, aqueménides, partos, sasánidas, árabes, mongoles, safávidas, kayares y los Pahlevi de infausto recuerdo; sin olvidar a los ayatolas. No vamos aquí a hablar de los jardines de Shiraz, de las ruinas mitológicas de Persépolis y las majestuosas tumbas reales de Necrópolis, de las torres de aire de Yazd o los iwanes fabulosos de Isfahan...
Nos vamos a desplazar, sin embargo, hasta su capital Teherán. Una ciudad gigantesca, contaminada hasta extremos peligrosos y superpoblada, pero también el ejemplo más claro de la apertura sociopolítica y evolución tecnológica que alumbrará al país en un futuro no muy lejano: la que será -esperamos- la puerta de entrada para los muchos turistas que visitarán el país.
Como sucede con otras grandes metrópolis contemporáneas (estamos pensando en ciudades como Berlín, Saigón o Nueva York), Teherán puede leerse como un mapa de la historia reciente de su región. En sus palacios fastuosos, en sus edificios gubernamentales y en los grafitis que -cada vez con más frecuencia y abundancia ilustran sus muros y edificios- podemos leer la historia de los últimos sahs kayar, la del colonialismo ruso e inglés, la de la llegada de los Pahlevi y la de la revolución de los ayatolas contra los sahs y el intervencionismo estadounidense. Entre los grafitis iraníes, obviamente, encontramos muchas muestras de rechazo a Norteamérica y a las políticas occidentales (sobre todo en los alrededores de la antigua Embajada Estadounidense; ya saben, aquella de la crisis de los rehenes, que luego hemos visto en Argo), pero también muestras de la exuberante caligrafía farsi y motivos decorativos que nos remiten directamente a la arquitectura y la ornamentación persa tradicional.
Les dejamos aquí con algunos ejemplos del arte urbano iraní que hemos encontrado durante nuestro periplo:
Por cierto, ¿a qué y quién les recuerdan estos dos últimos grafitis?

viernes, octubre 06, 2017

Lisboa hipster (y alrededores)

Hace algo más de un año, les hablábamos de los muchos grafitis que nos encontramos en una escapada lisboeta y nos poníamos tremendos con unas expectativas insatisfechas creadas por el enésimo artículo de tendencias.
Pues bien, ¿se pueden creer que hemos insistido en la búsqueda de esa Lisboa moderneta y que esta vez sí que la hemos encontrado? (Amigos y familiares mediante, todo sea dicho).
Llevados por los mejores guías posibles, nos acercamos a Sintra con la sana intención de visitar sus maravillas arquitectónicas, comer bien y olvidarnos de crisis y banderas (que tantas veces van unidas). Pero cuando nos propusieron visitar el alucinante y escondido Monasterio de los Capuchos y "vermutear" luego por los alrededores, no esperábamos encontrarnos con el rincón más hipster de Portugal a apenas unos cientos de metros de distancia: en la freguesía de Colares.
Resulta que en el espacio reducido de dos o tres manzanas, descubrimos varios alicientes que merecen una visita. Por ejemplo, el espectacular centro cultural/restaurante/sala de exposiciones Flores do Cabo: entre las amplias estancias de una antigua nave industrial rediseñada con un gusto se esconden antigüedades, piezas de arte contemporáneo, mobiliario de estilo orientalizante y un restaurante con muy buena reputación... Un lugar por el que pasear con total libertad y perderse un buen rato.
 
Solo unos metros más allá, se encuentra también el anticuario Francoise Boudry, una nave de antigüedades que ocupa un viejo almacén y que parece sacada del Camden londinense o el Soho neoyorquino. Muebles, vajillas y ropajes conviven en un espacio, reinventado con elegancia en múltiples microentornos, que tiene la cualidad de transportarnos en el tiempo y hacernos olvidar dónde estamos.
Ya en la calle, subiendo unas cuantas escaleras desde el lateral del anticuario, se llega a la placita-terraza en la que se ubica cada mes el Coolares Market. Pijo o estiloso (allá cada uno con sus prejuicios, filias y fobias), lo cierto es que este mercado mensual ofrece la posibilidad de comprar regalitos, comer y beber productos artesanos, pasear entre tenderetes con joyas (no siempre asequibles) y comprobar que la moda hipija no está en crisis. Una buena pausa entre visitas monumentales y palacios masónicos.
Al día siguiente nos acercamos a Lisboa. Sorpresa, sorpresa. Nos dimos cuenta de que en nuestra visita anterior (que tampoco era la primera) se nos habían pasado por alto, no sólo algunas de las cervecerías más flamantes y modernas de la ciudad, sino el verdadero espacio hipster local, la madre de todas las gentrificaciones industriales culturetas lisboetas: el LX Factory. Como quien entra en una nueva ciudad, entre el microcosmo de antiguas naves forradas de grafitis y fábricas reconvertidas, el visitante encontrará numerosos restaurantes para foodies, elegantes coctelerías, tiendas de diseño y una librería de escándalo construida en el espacio de una vieja fábrica textil que aún conserva intacta su estructura y parte de su maquinaria: Ler Devagar. Sólo por ella, LX Factory ya merecería la visita.

miércoles, septiembre 13, 2017

Grafitis colombianos (II): el Caribe y más allá

Les referíamos en nuestro último post varias andanzas colombianas y lo mucho que nos sorprendió el muralismo bogotano, por su cantidad y calidad.
Pero no fue en la capital colombiana en el único sitio en el que nos topamos con arte urbano y vitalidad creativa a la vuelta de cada esquina. Nos gustó mucho, por ejemplo, el ambiente que nos encontramos en Getsemaní, el otrora peligroso barrio extramuros de Cartagena de Indias que se despliega alrededor de la Plaza de la Trinidad y que en pocos años se ha convertido en la zona más bohemia y festiva de la vieja capital colonial. No sabemos si existe un estilo de grafiti caribeño, pero en los muros de muchas ciudades como Cartagena, Santa Marta o la misma Bogotá se repiten rostros de mujeres y hombres, jóvenes y ancianos, indígenas o criollos; fisonomías que se deshilachan en mil colores y veladuras expresionistas, y que se confunden y fusionan con motivos abstractos o referencias naturales: aves y peces tropicales, flores y lianas, hojas en mil tonos de verde... Estos son algunos de los grafitis que nos encontramos en Getsemaní:
https://cartagenacolombiarentals.com/2017/02/getsemani-graffiti/
Tampoco en Santa Marta, la capital de Magdalena que mira al Caribe desde los pies de la Sierra Nevada, faltan ejemplos de muralismo en su viejo barrio colonial. Como en tantas otras ciudades colombianas, las calles de Santa Marta destilan entusiasmo juvenil y vivacidad creativa; porque hasta para vender hay que presumir de imaginación.

sábado, septiembre 02, 2017

Grafitis colombianos (I): Bogotá

Acabamos de regresar de un viaje a Colombia que nos ha maravillado. Un país joven y en efervescente crecimiento, muy alejado de los prejuicios y la imagen de violencia que se ha difundido en los últimos tiempos desde la pantalla televisva. La Colombia actual se parece muy poco al estado narco-terrorista que hace apenas quince años la hacía desaconsejable como destino turístico.
A día de hoy, el país cafetero parece a punto de explotar como uno de los tres o cuatro grandes destinos turísticos americanos. Lo tiene todo: selvas, bosques, valles cafeteros y playas paradisiacas; preciosas poblaciones coloniales y grandes urbes que rezuman bohemia y cultura; impresionantes monumentos precolombinos y arte contemporáneo de altura; una gastronomía riquísima a precios más que competitivos y un ambiente nocturno bullicioso; y, sobre todo, una población alegre, amable y acogedora.
Tenemos la sensación de que el arte urbano es uno de los ingredientes que han ayudado a revitalizar la imagen (y fachada) de las ciudades colombianas. Hemos estado en pocos sitios con un aprovechamiento más prolífico de muros y fachadas; Bogotá y sus miles de grafiti son un ejemplo perfecto.
Entre confesión y leyenda urbana, nos contaba un taxista bogoteño que el apogeo presente del muralismo colombiano se le debe a Justin Bieber y su visita al país en 2013. Antes de dicha visita -nos contaba el conductor- el grafiti estaba perseguido en Colombia y se tachaba de vandalismo. Sin embargo, cuando el ídolo adolescente se dedicó a pintar los muros de la calle 26 rodeado de sus guardaespaldas en una escapada nocturna, la percepción popular del arte urbano cambió sustancialmente.
El segundo nombre propio del grafiti colombiano es el del joven Israel Hernández, que murió en Miami en 2013 a manos de la policia. Después de ser sorprendido pintando un grafiti, la policia persiguió a Israel y le disparó una descarga eléctrica que acabó con su vida. El caso se ensució lamentablemente cuando los implicados intentaron ocultar la realidad acusando al joven de una actividad criminal que no había cometido, con el fin de camuflar lo sucedido. El suceso levantó enormes muestras de solidaridad en Colombia y causó una gran polémica. Su muerte tuvo un efecto colateral inesperado, creando una corriente de aprecio hacia el grafiti y las intervenciones urbanas.
Hoy en día, el arte urbano está asentado en Colombia hasta extremos que resultarían sorprendentes en una ciudad europea: funciona como muestra espontánea de creatividad, sí, pero ha arraigado también como elemento publicitario y carta de diseño para promocionar negocios, espectáculos o locales de moda. Quedan pocas fachadas vírgenes en una ciudad como Bogotá y la calidad de las intervenciones es, por lo general, altísima. El grafiti se ha convertido (como viene sucediendo en numerosas geografías en los últimos tiempos) en un vehículo institucional para el potenciamiento y la promoción de espacios urbanos deprimidos y localizaciones poco atractivas o desaprovechadas.
Estos son algunos de los muchos grafitis promocionales que encontramos en Bogotá:
Pero, como decimos, en Bogotá el muralismo es ya mucho más que un mecanismo de promoción comercial, se ha convertido en toda una forma de entender la vida y de leer los espacios urbanos. Algunos ejemplos más: